Lector: No quiero, ni debo engañarte. No necesito tu aplauso, no temo a tu brazo, ni me hace falta tu dinero. Estoy más allá del oro y de la fama; más allá de esa fe que hácete creer sincera la caricia de tu hembra y la mano de tu amigo.
No tengo trazas de Cristo ni vehemencia de profeta. Si mides mi libro con la vara mediocre del catecismo de tu vida, mi libro, dejara en tu alma un acre sabor de inmoralidad. Será inmoral porque te mostrará su maravilloso pubis y sus erguidos senos y habrá de hablar desde el fondo oscuro del protoplasma.
Inmoral quizás, porque te recordara, cuando ello sea necesario que defecas diariamente.
Te hará dudar de tu Dios.
Te enseñara a escupir sobre el código de la Sociedad y de la ley, de esa ley dictada por viejos sicalípticos, seniles, decrépitos y repletos.
Te hará dudar de ti mismo.
Si no tienes coraje, DÉJALO. Hay en él, cátedra de muerte, tribuna de revolución, escuela de crimen, remansos de odio, crimen y sadismo fruto solo de la simiente que los hombres, mis hermanos, arrojaron en mi alma...
No fue escrito para las muchedumbres endebles, ni para los mercaderes disfrazados de rotativos, ni para los maestros en técnica, ni para los que visten la toga de la estupidez a modo de ciencia, ni para los policíacos, ni para los invertidos.
Todos los libros encuentran un rincón en las bibliotecas. El mío, no lo encontrara nunca, porque no lo busca, porque no lo quiere, porque no es veneno que ha de guardarse en ampolletas. Si ese hubiera sido su destino, no lo habría escrito...
Tampoco necesita encuadernarse para adornar 'boudoir', ni servir de solaz a semi-vírgenes. Va a corretear salvaje en el cerebro de la humanidad, a gritarte en la noche triste de tu cama fría o mentida la verdad que conoces y callas, va a retozar en las cavernas de tus pulmones como lo hacen los bacilos de Koch, como lo hacen en tus venas las espiroquetas pálidas que brindaron como herencia tus mayores, cuando volcaron generosos en tus vasos sanguíneos el residuo de los suyos.
Esta hecho para los haraposos, para los hijos de nadie, para 'los malnacidos', para los que tienen por cabecera el tarro de basura, para los que no tienen Dios, ni hembra...
Para los vagabundos que sueñan mirando al sol en los suburbios de las ciudades esperando el nuevo amanecer y que mas tarde disputan, a los perros, los huesos que arrojaron los sirvientes, y que rechazarían las 'Quiquís' y las 'Lulús'.
Son hojas destinadas a las prostitutas sin cartilla, los presidiarios que no llevan número, los Jueces y quizás las colegialas.
No te engaño, porque si así lo hiciera, pretendería engañarme a mí mismo.
En sus páginas, como ante el calidoscopio, desfilaran esperanzas muertas, jirones de una vida, de un corazón, y de un cerebro. Un corazón y cerebro a semejanza del tuyo, que va a mostrarte sus lacras y sus bellezas, que desplegará ante tus ojos, el abanico de sus lepras y sus virtudes...
He nacido rebelde, revolucionario, como otros nacen proxenetas o cornudos.
Alma que no busca el alma hermana.
No te pido respeto ni mofa. No me interesa. Estoy por encima de tu admiración o de tu burla. No espero tu aceptación ni tu rechazo. Voy hacia ti sin que me llames, seguro de mí mismo.
EL AUTOR.
Prologo de El derecho de matar
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